1. ARQUITECTURA SANITARIA EFICAZ Y ECONÓMICA.
Año nuevo, costumbres viejas; sueños nuevos, vicios antiguos. Los mensajes, conocidos por todos: “paz y amor”, “de este año no pasa: voy a perder peso”, “a ver si encuentro pareja” o “todo irá bien”. En este mar de ideas aburridas, obsoletas y repetitivas nos hemos propuesto dos cosas. Una a nivel mediático, otra a nivel social. Es válida, además, para las políticas, empresas o cada persona individual, como si estuviésemos aplicando los fractales del gran Benoit Mandelbrot.
Primera idea: pedimos a los medios que den menos peso a los políticos. No al debate de las políticas que se puedan aplicar. Merece la pena discriminar entre lo que importa y lo que no. Importa la letra pequeña de la reforma laboral, no la foto. Importa las medidas fiscales, no quien ocupa un puesto concreto. Importan las medidas para reducir el cambio climático, no el anuncio pomposo y vacío. Importa mitigar las consecuencias de la pandemia, no medidas “por hacer algo” que el portavoz del gobierno resumía así: “si nos aprueban el certificado bien, y si no también”. Aunque nos importa lo que pasa, importa más porqué pasa. Por eso es pertinente eliminar el amarillismo del debate, discutir cómo hacer el gasto público más efectivo, cómo mejorar la competitividad de nuestra región o cómo evitar que haya segmentos sociales que se puedan quedar atrás.
En definitiva y como ya comprobamos en el reciente suplemento especial publicado por el Diario en el día de Navarra, pedimos dar más voz a la calle. ¿Acaso no avanzamos más por el buen hacer de los profesionales y la sociedad civil que por el hacer de algunos políticos? Aunque algunos dicen que importa el qué y no el con quién, no deja de ser un mensaje simple y facilón para justificar un comportamiento que como ya nos explicaron (aunque se ve) sólo tiene un propósito: el poder.
Segunda idea: equilibrar la arquitectura, la sanidad y la economía es imprescindible. Pensemos en la construcción de la CUN (Clínica Universidad de Navarra). Las habitaciones están orientadas a áreas verdes que buscan aportar paz y serenidad a los pacientes. Eso permite avanzar con la mayor eficacia posible en la curación de la enfermedad o al menos en la mitigación de sus síntomas. De la misma forma, las empresas pueden seguir esos patrones para que los trabajadores puedan tener una actividad más placentera. Claro que todo ello debe ir acompañado de términos no monetarios como el buen ambiente, el reconocimiento personal o el agradecimiento por el esfuerzo realizado. Eso sí que mejora la productividad. Por otro lado, nuestras casas pueden estar también más orientadas a dar calma y tranquilidad, de manera que al llegar a nuestro hogar nos sintamos más relajados. Eso sí que es sostenibilidad, no la retórica de muchos partidos políticos que de un día para otro se han vuelto “verdes”. Además, este equilibrio entre arquitectura, salud y economía se encuentra dentro de nosotros. Es deseable alcanzarlo.
Esto hace que podamos ver las cosas de otra forma. Imaginemos una persona de 50 años, con sobrepeso o algún tipo de hábito poco saludable. Si su idea es “tengo que adelgazar como sea”, es fácil que siga igual. No obstante, si pensamos que nos estamos jugando la calidad de nuestra vida entre los 70 y los 80 años, es más fácil cambiar nuestras malas costumbres.
De hecho, ya se considera la “cuarta edad” a los mayores de 80 años. Teniendo en cuenta, además, que sólo en Estados Unidos el 80% de la riqueza lo tienen las personas mayores de 60 años y que este patrón es semejante un nuestro país, aparecen nuevas oportunidades de vida, consumo y entretenimiento. Los fondos de inversión lo saben, y en consecuencia las megatendencias (que invierten en salud, mascotas o nuevas tecnologías) están orientando una gran cantidad de recursos financieros hacia las personas entre los 60 y 80 años.
Volviendo a nuestra segunda idea, observamos que muchas medidas políticas se toman en base a ideologías. A nivel empresarial, la base principal es aumentar el beneficio. A nivel social, pensamos demasiado en el “qué dirán”.
Sin embargo, es mejor orientar nuestros recursos a usar de forma más eficiente posible la arquitectura en lugar de otorgar proyectos públicos valorándolos únicamente por dinero. Es fundamental pensar más en la medicina preventiva o en el uso de tecnologías para mejorar el tratamiento de las enfermedades. ¿Cómo puede ser que usemos el móvil sólo para la carpeta sanitaria cuando existen aplicaciones que hacen maravillas? Es prioritario crear el mejor contexto posible para lograr los objetivos que demanda el conjunto de la sociedad de manera sostenible.
Ese es el reto. Muchos artículos de prensa, muchos libros y muchas presentaciones de Power Point se quedan sólo en las propuestas. Ese tiempo terminó. Es el momento de comprar, invertir, actuar, exigir y votar de acuerdo a unos valores.
De la conducta de cada uno depende el destino de todos.
2. Aukus y Evergrande.
La erupción del volcán en La Palma nos ha recordado que las noticias tienen un componente relativo: los titulares y las portadas ocupan un tiempo y espacio limitados. Eso hace que ante un acontecimiento natural de esta magnitud todo parezca relativo. Está claro: si un propósito debe guiar a nuestras sociedades es el de evitar el sufrimiento humano. Sin embargo, los medios siguen demasiado imbuidos en el amarillismo político y en estúpidas peleas como las de Almeida y Ayuso en Madrid cuando no dejan de ser disputas por el poder. Nada más y nada menos.
Uno de los papeles fundamentales de la economía de la conducta es la búsqueda de patrones de comportamiento humano que se repiten en diferentes formas a lo largo del tiempo. Eso es lo que ocurre con dos noticias que no han ocupado mucho espacio en los diferentes medios y que se van a exponer en el presente artículo.
Aukus es el acrónimo de Australia, United Kingdom (Reino Unido) y Usa (Estados Unidos). La cuestión es que la alianza de estos tres países mediante la que se comprometen a compartir información incluso de la fabricación de submarinos nucleares, ha originado una gran indignación en la Unión Europea; en particular, en Francia. Este país tenía pactado una venta para Australia de submarinos por 60.000 millones de dólares. Vamos, un “pequeño negocio” que se va a al vertedero. Además, a esta alianza se le deben añadir dos más: la de Five Eyes, “cinco ojos”. Firmada por Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Reino Unido. En la misma, los cinco países van a realizar una pequeña centralización de sus servicios de inteligencia. El otro pacto, en este caso de seguridad, se llama Quad y engloba a Estados Unidos, Japón, India y Australia. Todos ellos parecen ocuparse, de una u otra forma, de la expansión del coloso chino. Todos ellos se dan en la otra parte del mundo. Todos ellos dejan a la Unión Europea al margen de la política global.
En consecuencia, la Unión Europea está promoviendo la “autonomía estratégica”, concepto que busca alcanzar la posibilidad de ser un gran actor global, al nivel de los dos gigantes. En este contexto se está promoviendo la realización de un ejército único, pero la cuestión es complicada. La toma de decisiones entre tantos países es difícil, y los políticos de cada uno tienen una prioridad absoluta: repetir mandato. Eso hace que en muchas ocasiones existan choques, y en ese caso siempre gana el interés personal, por mucho que se intente edulcorar.
Otra consecuencia más profunda es que los intereses permanecen y los amigos dependen de las circunstancias. Basta estudiar la alianza entre los presidentes autonómicos Ximo Puig (Valencia, PSOE) y Juanma Moreno (Alianza, PP) para obtener una mejor financiación autonómica. Es una pena que ya no esté de presidente Zapatero, el cual prometió que “todas las autonomías van a ganar más que la media”. Eran otros tiempos.
No lo olvidemos: cuando se llega a cierto nivel de jerarquía, no existen los amigos. Sólo hay objetivos. Eso es lo que nos recuerda el caso Aikus.
Pasamos de Aikus a Evergrande. Es un gigante inmobiliario chino que en estos momentos tiene una deuda de 300.000 millones de dólares; aproximadamente el 2,6% del PIB chino. Fundada por Hui Ka Yan, su presidente es Xu Jiayin. Sus problemas comenzaron en 2020, si bien desde el año 2017 su acción ha bajado en un 92,77%. Las bolsas mundiales han tenido correcciones bursátiles ante el temor de que esta crisis pueda ser sistémica, aunque los “expertos” (si es que existe alguno en el mundo de los mercados financieros) piensen que no hay peligro de contagio global. Los números: 200.000 trabajadores directos, 3,8 millones de indirectos. Acreedores: 170 bancos, 120 entidades de crédito. Se emitían bonos al 9% para financiar obras que no se han realizado. El PIB (producto interior bruto) alcanza en China, en actividades económicas relacionadas con el ladrillo, un 25%.
Familiar, ¿no? Basta llevar hacia atrás a las agujas del reloj; en concreto, al 15 de septiembre del 2008, cuando en Estados Unidos cayó Lehman Brothers. Como diría Mark Twain, la historia no se repite, pero rima.
La conclusión de este asunto: existen las burbujas financieras, y seguirán existiendo. Podrán adaptar una u otra forma, pero la continuarán. Claro, existe quien puede pensar eso de empresas como Tesla o incluso las más potentes del mundo: Amazon o Alphabet, filial de Google. Son casos diferentes. Tesla se alimenta de expectativas futuras, las otras dos tienen lo que Warren Buffet (el inversor más afamado del mundo) denomina “fosos”. Es muy difícil entrar en su negocio por razones estructurales, incluso por razones emocionales.
Aikus y Evergrande son ejemplos claros de amigos por intereses o de la creación de burbujas financieras. Próximamente aparecerán otros.
3. Carrera deportiva, carrera de vida.
El pasado 5 de octubre se retiró el jugador de baloncesto Pau Gasol. Si bien al final todo se resumió en su trayectoria, más que conocida, merece la pena resaltar dos ideas que deslizó en su discurso y no han tenido el peso adecuado en los medios. En primer lugar, comentó que “me dijeron que es más difícil mantenerse que llegar a la élite. No estoy de acuerdo. Yo siempre he intentado ser mejor”. El dicho cotidiano nos recuerda que lo difícil es mantenerse, pero sin embargo Gasol tiene razón. Si llegamos a un punto y nos quedamos tranquilos por “tener la vida hecha”, para cuando nos damos cuenta estamos sin trabajo, sin pareja o tumbados viendo las múltiples pantallas que inundan nuestra vida y sin energía para hacer nada más.
El segundo comentario de interés lo realizó cuando expresó lo que iba a ser su futuro. De la misma forma que muchos deportistas (y expolíticos) buscan ser comentaristas o tertulianos para “vivir del cuento”, en este caso la idea de Gasol es “hacer muchas cosas”, lo que se denomina amplitud. Si uno decide ser entrenador y no encuentra equipo lo lleva claro. Nos fijamos siempre en aquellos que están ejerciendo su profesión; no en aquellos que no la están ejerciendo. Si pensamos en fútbol, el mercado más fuerte está en dos categorías: primera y segunda división. En total, 42 equipos. Sí, uno se puede ir al extranjero, pero sin carrera reconocida o amigos es muy difícil. La política da más posibilidades, ya que siempre se pueden inventar puestos a medida. No obstante, tiene otro riesgo: estar en el grupo adecuado dentro de un partido. Dentro de las luchas internas existentes en cada uno, el ganador se lo lleva todo. Y como los entrenadores de fútbol, no vemos a los políticos que no han podido alcanzar el puesto soñado. Tampoco a los expolíticos, a no ser que sean muy competentes en una labor profesional o cultural concreta.
Volvemos al concepto de amplitud. Es innegable que los puestos de trabajo de turnos fijos de 8 horas van a la baja, y eso nos lleva a buscar otras posibilidades laborales. Claro que si al final se destaca mucho en una siempre se puede encontrar un camino profesional más claro, pero lo más útil es aspirar a pequeños puestos. En todo caso, el concepto de amplitud es muy poderoso. Acuñado por David Epstein, se demuestra a partir del mismo que la mayoría de las personas que han triunfado (aquellos que lo han hecho por sus contactos no deberían estar en esta clasificación) lo han hecho probando diversos caminos, hasta llegar al adecuado. Esta idea nos demuestra que un estudiante es más eficiente si realiza otras actividades como dar unas clases particulares a niños, deporte, danza o un pequeño trabajo. Lo mismo ocurre en otros órdenes de la vida: es difícil ser feliz si sólo estamos en el trinomio trabajo/vida familiar/descanso.
Por cierto, este es un problema grave en la vida política. Valoremos otro posible trinomio: parlamento/vida de partido/captación de información. De la misma forma que para un martillo todo es un clavo, para muchos políticos todo es política, y los hechos que perciben a su alrededor siempre demuestran que los suyos son los buenos.
La amplitud es una buena idea para abordar la carrera de vida en la que todos estamos inmersos. Se puede llevar de diferentes formas, cada uno a su manera: viajes, amigos, lecturas, actividades, trabajos, estudios. Es cuestión de elegir.
Sin embargo, es difícil elegir en tiempos de incertidumbre, como los actuales. La vida siempre ha tenido ese matiz: la única certidumbre es la incertidumbre. Lo que ocurre es que al echar la vista atrás no tenemos en cuenta las dudas que teníamos en aquellos momentos. Pensemos en el confinamiento del pasado año, cuando no podíamos salir de casa. Ahora no nos parece tan grave, pero ese momento fue muy duro. En la actualidad, las olas del coronavirus se han ido contrarrestando con el desarrollo de las vacunas y la mayor eficacia de las medidas preventivas.
Hoy en día los problemas más graves son otros: la subida de la luz asociada a la subida de materias primas y del transporte (traer un contenedor desde Asia ha pasado de los 1.000 a los 15.000 euros) nos lleva a tener una alta inflación y una bajada de la calidad de vida. Además, temas como las pensiones, el desempleo o la situación de los jóvenes permanecen estancados. Son los retos macro que se deben afrontar desde todas las vertientes: públicas, privadas y personales.
La fábula del león y la gacela nos recuerda que para sobrevivir deben correr; el primero para no morir de hambre, la segunda para que no le coman.
En la carrera de la vida, cuesta buscar el mejor camino.
Se deben probar varios.
Se deben probar ya.
4. Croac, croac!
Una de las mejores fuentes de aprendizaje viene dada por las fábulas. Sus comparativas, sus conclusiones, su entrada en el mundo de la naturaleza y de los animales nos lleva a un mundo sin igual. ¿Cuál escoger como la más adecuada? Existen muchísimas. Vamos a hacer una selección para ser conscientes incluso de cómo moldean nuestra cultura. ¿Cuáles nos vienen directamente a la mente?
Una de mis preferidas, la del zorro que como no llega a comer las uvas y dice que no están maduras. Eso ocurre a menudo, y tiene dos visiones, una positiva y otra negativa. En el primer caso, es un buen consuelo cuando no se llega a un objetivo valorar que el mismo no merecía la pena. Dicho consuelo sirve también para no tener remordimientos por no cumplir el objetivo soñado. En el segundo, es una excusa para no esforzarse más. Como tantas otras veces en la vida, es difícil discriminar un caso de otro.
La fábula de la cigarra y la hormiga es también muy conocida. Incluso nos ha llevado a asociar a cada animal como un “gandul” o un “trabajador”. Es uno de los grandes retos como seres humanos y sociedad: tendemos es descansar hoy y trabajar mañana. Ya lo decía Oscar Wilde: “puedo resistir todo menos la tentación”.
El caso de la rana y el escorpión es otro de los fundamentales. Cuando van a cruzar un río, el escorpión anima a la rana a llevarlo encima, pero claro, siempre está el riesgo del temido picotazo. “¿Cómo voy a hacerlo, si así nos vamos a hundir los dos?”. Así comienzan a cruzar el río y el final es conocido por todos: el escorpión pica a la rana ya que está en su naturaleza. En tiempos de neurociencia en los que ya destacan incluso científicos que se dedican a investigar cómo piensan las plantas (Stefano Mancuso), es cierto que cada uno de nosotros tiene desarrollada su forma de ser. Pero nada está perdido, y merece la pena ser optimista: existen mecanismos para mejorar nuestro carácter en las partes que más nos incomoden.
Se ha puesto de moda la fábula de la rana hirviendo. Se trata de introducir al animalito en un recipiente e ir calentando poco a poco. Pasado un tiempo, todo está perdido. El agua está tan caliente que el pobre batracio ya no tiene escapatoria y es consciente de su triste final. Ahora bien, ¿qué enseñanzas nos aporta esta pequeña historia? No lo olvidemos: los clásicos tienen enseñanzas que son atemporales. En un mundo en el que no dejan de repetirse ciertos patrones, captar su esencia es fundamental para poder comprender los sucesos que ocurren a nuestro alrededor y responder así mejor a ellos.
A nivel personal, nos podemos quedar apalancados dentro de un mercado laboral concreto y para cuando nos damos cuenta buscar trabajo es más complicado que nunca. Aunque pueda parecer extraño, existen muchas personas de más de 40 años que se apuntan a formación de grado medio, grado superior e incluso nivel universitario que logran así reciclarse logrando dar un impulso (otra palabra de moda) a su vida. Otros se quedan como la rana en el agua.
A nivel empresarial, lo mismo. Nuestra tendencia a pensar que las cosas van a seguir siempre igual impide ver la luz de alarma cuando aparecen pequeñas señales peligrosas. Las cosas “se van a hacer así ya que siempre ha sido así, es como funcionamos” y eso es una fórmula infalible que lleva al fracaso. La rana se queda en el agua.
Incluso a nivel político y social se puede aplicar esta teoría. Se ven introduciendo debates, historias e incluso pensamientos determinados en el sistema y para cuando nos damos cuenta si tenemos una opinión diferente en algún tema delicado corremos el riesgo de ser etiquetados. Aquí no se va a introducir ningún ejemplo; basta asuntos en los que nos podamos sentir cohibidos al tratarlos. Existen muchas opciones en muchos contextos. Son aspectos que muchas veces se han “precocinado”. Sea de una u otra forma, ya estamos de nuevo en el agua.
El caso trivial por excelencia es el del cambio climático. Podemos vivir felizmente llenando la atmósfera de gases y el océano de plástico de manera que para cuando nos demos cuenta…..pues eso, que estamos en el agua. Con el inconveniente de que todos vamos en el mismo barco y en este caso el mar es un Universo inhóspito y de momento, sin vida. Es inexplicable, se mire como se mire, la falta de medidas o la lentitud con la que se toman para poder mitigar el cambio climático.
Terminamos con la historia de la cuerda y el elefante. Un niño pregunta a su padre cómo puede ser que una cuerda tan débil sea suficiente para mantenerlo atado. El padre le dice: “cuando el animal era pequeño, estiró y estiró y no pudo salirse. Se acostumbró y se quedó así”.
5.Del tal Iván al talibán.
El ideólogo o gurú de referencia de Pedro Sánchez, ya defenestrado pero siempre de actualidad, era Iván Redondo. Según diversos analistas, le llamaban dentro del PSOE el “dron” ya que sobrevolaba todo. En este ámbito, quizás el mote más original era el que le pusieron a un antiguo vicepresidente del Real Madrid. Le llamaban el “aerolito” en referencia a las características de un extraño material que era frío como el hielo, no se sabía de dónde venía y ahí donde caía, hacía daño.
Merece la pena recordar, desde el punto de vista de Iván Redondo, que las personas votan impulsadas por tres emociones y en este orden: el miedo, el rechazo y la esperanza (recordemos que existen seis emociones básicas y universales que son, además del miedo, el asco, la ira, la sorpresa, la tristeza y la alegría). En España, fue el primer asesor que se hizo famoso por profundizar en estas ideas. De hecho, también asesoró previamente a políticos del Partido Popular. En Estados Unidos ya eran conocidos otros ideólogos como por ejemplo Dick Morris en el ámbito demócrata o Karl Rove en el republicano.
Así pues, en política ya se ha quedado, para lo malo y lo peor, la antigua tesis de Henry Kissinger, siempre influyente y con un gran poder cuando ostentó el puesto de secretario de Estado norteamericano. Según su punto de vista, lo importante no es la realidad; es lo que se percibe como tal. Y claro, es más fácil cambiar una percepción que la realidad. Es lo que se lleva; bueno, ahora más que antes. Y no sólo es política: la idea es válida para productos, servicios e incluso amistades. Se llama marketing.
Si seguimos pensando en personas que tuvieron gran influencia en la política, nos vamos a Alfonso Guerra, vicepresidente del gobierno con Felipe González con un papel muy vistoso e inteligente: el de poli malo y poli bueno. En el cénit del poder de Redondo, Guerra le definió como el “tal Iván”, cuyo juego de palabras con los tomaron el poder en Afganistán, los talibanes, es claro y evidente.
Eso nos lleva a otra cuestión: ¿cesó Sánchez a Redondo debido a su gran poder? ¿O pensó que era lo más adecuado para impulsar su ejecutivo? Aunque en política la respuesta que se da más a menudo es la primera, no se puede descartar la segunda. En todo caso, Redondo decía que “si es necesario despeñarse por un barranco por el bien de mi jefe, yo lo haría sin problemas”. En su caso, no fue necesario. Ya se preocupó su jefe, precisamente, de que rodase por el barranco. La duda de la interpretación de la expresión el “tal Iván” nos lleva al talibán de verdad, tristemente de moda por la conquista del poder en Kabul. Poco se puede añadir al tema político y a la situación del país. Momentáneamente olvidado, ha vuelto a salir a la palestra por la aplicación de medidas contra la libertad de todos y en particular, la situación de las mujeres.
Lo más destacable y que más empuja a la reflexión es que el mulá Omar (ya fallecido, era quien ostentaba en poder en Afganistán cuando Estados Unidos impulsó la operación “libertad duradera) y Hamid Karzai (quien fue posteriormente presidente de Afganistán) eran tataranietos de los gobernantes que años atrás, competían entre sí por esas tierras. Esto es consecuencia de una batalla inmemorial de poder y territorio entre diferentes tribus….y requiere analizar la situación desde fuera de nuestros esquemas mentales de países soberanos.
Sin embargo, no es ese el objetivo de las presentes líneas. Lo pertinente es que hay dos expresiones a las que se llegan en muchas discusiones cuando intuimos que la otra parte es incapaz de razonar. Dichas expresiones son “fascista” y “talibán”. Y aquí es donde viene lo relevante; de la misma forma que para Jean Paul Sartre “el infierno son los otros”, para nosotros “los talibanes son los demás”. Esta expresión no sólo sirve siempre que alguien no piense de diferente manera en términos políticos. Sirve en términos educativos, de afición a un equipo de fútbol concreto, de convivencia o religiosos, claro. Y sí, es fácil acusar a los demás de fanáticos. Sin embargo, no nos gusta reflexionar para ver si nosotros tenemos ese problema. De la misma forma que Groucho Marx decía que “tengo una forma infalible de saber si alguien es deshonesto; basta preguntar si han sido siempre honestos. Si responden que sí, ya sé que son deshonestos”. Lo mismo ocurre en estos términos: acusar a alguien de talibán supone que posiblemente, nosotros también lo somos.
Entonces, ¿existe alguna forma de saber si somos fanáticos? Claro que sí. Rolf Dobelli, especialista en Economía de la Conducta, recomienda hacernos o hacer la siguiente pregunta: ¿qué debería pasar para que abandonases un partido, una ideología o un pensamiento determinado?
Si la respuesta es “nada”, está claro.
Somos talibanes.
6. EMOCIONES Y POLÍTICA.
Por fin terminaron las elecciones de la Comunidad de Madrid. A veces parecía que no existía otra cosa. Es una pena pero es así: el peso de la política está sobredimensionado en los medios. Claro está, me refiero al peso de la política como amarillismo, en el sentido de sobrevalorar ocurrencias personales y de infravalorar las ideas de gestión (subir impuestos, bajarlos, gastar más en sanidad o infraestructuras) o las normas de convivencia (mantener el cierre perimetral, cambiar la hora del toque de queda o legislar sobre asuntos más delicados como la eutanasia) que va a realizar cada partido.
En fin, se trata de valorar los resultados electorales desde un prisma, a poder ser, más profundo. Las tertulias se limitan a los números, y con saber sumar y restar es fácil razonar los tipos de gobiernos que se pueden dar. La gran polarización existente ha creado dos bloques claramente determinados: la izquierda y la derecha. Esa es, quizás, la primera conclusión. Todavía se sigue dando importancia a la separación entre unos y otros cuando en la práctica dicha separación no existe como tal. Si valoramos la tendencia numérica de los últimos años en España llama la atención comprobar que en general, el PSOE ha bajado los impuestos y el PP los ha subido. Y no, no es una interpretación de los datos. Son cifras, y los números no engañan aunque a los que engañan le gustan mucho los números. En este sentido, llama la atención un comentario que realizó Antonio Garamendi, presidente de la patronal, cuando hablaba de la presión fiscal en España. “Si dividimos los impuestos entre el total de la población, estamos por debajo de la media. Si dividimos los impuestos entre el total de la población que paga, estamos por encima de la media”. Bueno, el político ya tiene una estadística para elegir, según quiera demostrar que hay poca presión fiscal o mucha presión fiscal. Es otra vieja expresión: hay mentiras, grandes mentiras y estadísticas.
Llama la atención que por una vez, estas elecciones no las han ganado todos. Precisamente, siempre existía alguna pequeña estadística a la que agarrarse cuando la cosa iba mal, pero en esta ocasión no ha sido así: tres partidos políticos han admitido haber sufrido una gran derrota.
Siempre que se dan unos resultados aparecen los análisis que explican todo aplicando otra idea típica: “una vez visto, todo el mundo es listo”. Y no, no es así. Precisamente antes de las elecciones el asesor de Pedro Sánchez, el todo poderoso Iván Redondo, lo tenía muy claro, con un mensaje semejante a éste: “hoy en día la gestión política en sí misma no se lleva. Lo importante son las emociones, en especial tres: el miedo, el rechazo y la esperanza. Lo que debemos hacer es gestionarlas a nuestro favor”. Si observamos el lema de los diferentes partidos, tenía razón: en un caso era “libertad o comunismo”, en el otro “democracia o fascismo”. De nuevo el retrovoto: votar a un partido para que no gane otro. Azuzando el miedo que pueda tener un potencial elector al comunismo o al fascismo, nos llevamos su voto.
Así, surge una duda razonable: ¿tiene razón Iván Redondo y sus rivales lo han hecho mejor? ¿O más bien lo que cuenta es la gestión y todo esto de las emociones es una tontería? Es un debate interesante y fascinante, cuya contestación nos servirá para valorar hacia donde van a ir las contiendas electorales del futuro.
La gestión es importante, sobre todo si es nefasta. Tendemos a remarcar lo negativo y a no valorar con la misma intensidad lo positivo. Pero el peso de la emoción es mayor. El miedo funciona. No en este caso: siempre. Por esa razón lo más útil en marketing es hacerle ver al cliente potencial como se va a encontrar si no nos compra. No de una forma directa: lo tiene que descubrir por sí mismo. Y lo mismo funciona en los votos. Sin embargo, todavía se puede profundizar más, hasta nuestros instintos más primarios. Es el denominado nivel reptiliano. Deseamos mantener nuestra identidad y evitar siempre el peligro. Por eso hay electores que nunca votarán a ciertas opciones políticas, según se sienta más navarro, español o vasco; más de izquierdas o de derechas.
Pues bien, esto es un problema de futuro. Los gurús electorales, en especial desde la época de Dick Morris como asesor de Bill Clinton en las elecciones de 1996 con su célebre lema “es la economía, estúpìdo”, se han aplicado el cuento y además de las emociones buscan asociaciones. Es decir, que se perciba un candidato como “de los míos”.
Y eso es peligroso, muy peligroso. Lo que debería preocuparnos es cómo se ingresa, cómo se gasta y que normas de convivencia usamos. Sin embargo, eso no parece importar a muchos políticos.
¿Y a la sociedad civil?
7. Incertidumbre.
Cuando parecía que íbamos a tener unas fiestas tranquilas, llega la Navidad y la cosa cambia de sentido. ¿Cómo afrontar la realidad cuando desconocemos el futuro?
Por desgracia, tenemos la mala costumbre de no discriminar entre riesgo e incertidumbre. En el primer caso desconocemos los resultados, pero al menos podemos asignarles probabilidades. En el segundo caso, no podemos hacerlo. Y sin embargo, lo hacemos. En realidad, lo que hacemos es engañarnos a nosotros mismos. Incluso se llega a un extremo perverso: si decimos que vamos a tener una inflación muy alta con una probabilidad del 95%, siempre tenemos el 5% de margen de error para quedarnos tranquilos. Así nunca nos equivocamos. Ese 5% es un cajón “de sastre” que se convierte en un desastre. De hecho, las estadísticas avanzadas de los economistas aciertan tanto como la astrología (por cierto, esto sí que es una estadística correcta).
La predicción es cosa de la ciencia. Así, Tales de Mileto llegó a predecir un eclipse solar en el año 585 antes de Cristo. Eso sí que tiene mérito. Las ecuaciones de Newton explicaban con precisión gran parte de la física. Más aún: cuando se cumplieron predicciones realizadas por Einstein que no se pudieron demostrar en su momento como que el tiempo pasa más lento si nos movemos con más rapidez el asombro que deja su legado se incrementó. Sin embargo, cuando un supuesto experto predice el futuro se dedica, la mayor parte de las veces, a vivir del cuento. Siempre tiene excusa en caso de error: “este matiz concreto no se había dado nunca”.
De hecho, tendemos a comprobar si las predicciones se cumplen o no. Lo que no hacemos es analizar un hecho en sentido contrario. En otras palabras, ¿pudo alguien predecir un suceso concreto? Ejemplo sencillo, la llegada de los talibanes al gobierno de Afganistán. ¿Lo tenía alguien previsto? No. Es más, el objetivo era evitar el cambio de régimen…¡antes de la llegada del invierno! Más casos: la crisis de suministro con el gas y la electricidad por las nubes, que se haya multiplicado el precio de transportar productos en contenedores por 6, que la inexistencia de microchips llegase a paralizar algunas fábricas, que en Perú o Chile la segunda vuelta de las elecciones iba a ser entre las opciones más extremistas, que en China haya 3.000 euros de recompensa por hacer una prueba y dar positivo por Covid, la aparición de nanopartículas que convierten un ratón gordo en uno flaco, que la sexta ola de coronavirus sea tan intensa, que tengamos lluvia, lluvia y más lluvia de manera que nos planteemos ir a trabajar en góndola en lugar de coche, que la tasa de desempleo haya sido tan baja, que los precios del petróleo estén tan altos….en fin, uno trata de estar informado y valoraciones de este estilo, ninguna. Una predicción típica:”las personas van a trabajar en puestos que todavía no se han creado”. La cuestión es que se decía eso hace diez años y seguimos igual. El mundo cambió de forma brutal entre 1940 y 1980; basta ver la evolución de las fotos de los interiores de los edificios. Desde 1980 hasta ahora, la única innovación importante ha sido Internet y el teléfono móvil. El resto, mejoras de lo ya existente.
Merece la pena remarcar el tema de cobrar recompensas por dar positivo en Covid. ¿Cumplirá esa política el objetivo de minorar los contagiados? No está claro. En ciudad de México, a finales de la década de los 80, se restringió el tráfico de vehículos según su matrícula para disminuir la contaminación. ¿Qué pasó? Muchas personas se compraron un coche de peor calidad (y con la matrícula adecuada para conducir todos los días) con lo cual la polución…¡aumentó! Es el denominado “efecto cobra”.
Quizás sea más “efectivo” el método de Rodigo Duterte, presidente de Filipinas, quien proponía matar a las personas que estuviesen en la calle siendo positivos de Covid. Son dos casos extremos de zanahoria y palo.
Volviendo al tema principal, existe una gran cantidad de profesiones que viven de predecir el futuro o vislumbrar tendencias con la tranquilidad de saber que en caso de error no pagarán por ello. El caso más obvio y menos nombrado: la cantidad sideral de asesores que existen no sólo en política, también en grandes empresas. No es el caso del pequeño empresario que arriesga su patrimonio y que además del riesgo de su actividad económica debe asumir, por desgracia, el riesgo sanitario.
En consecuencia, ¿qué aprendizaje podemos obtener de todo esto?
Tenemos tres conclusiones. Es algo práctico: nos cuesta recordar más de tres ideas cuando tenemos una conversación o acudimos a un evento.
Uno, distinguir profecía de predicción. Es como la astrología y la astronomía.
Dos, prepararnos siempre para las zozobras. Los buenos barcos son los que resisten bien las tormentas.
Tres, aprender a vivir con incertidumbre.
En definitiva, vivir el presente honrando el pasado para mejorar el futuro.
8. “Les hice caso”.
El antiguo presidente del Fútbol Club Barcelona, Josep María Bartomeu, se defendió de las críticas a su gestión argumentando que parte de culpa la tenían los futbolistas: “les hice caso”. Y aunque no sea el propósito de estas líneas comentar temas deportivos, sí lo es el patrón oculto que se observa: muchas veces realizamos errores imperdonables por hacer caso a los demás sin pensar suficientemente en las consecuencias de nuestros actos. De hecho, es una argumentación muy cómoda que ni siquiera nos reporta dolores de cabeza: al fin y al cabo, si algo sale mal siempre tendremos el consuelo de saber que no toda la culpa es nuestra. Sin embargo, dicho consuelo es falso. La responsabilidad decisiva es de quien toma la decisión.
Las últimas sentencias del Tribunal Constitucional han ratificado que el confinamiento sustraía derechos y libertades de la ciudadanía. Tres aspectos de interés se pueden valorar en este caso. Primero, no es bueno que no haya unanimidad en la sentencia. Por un lado, denota que las leyes no son claras. Por otro, soslaya la carga ideológica del tribunal, con magistrados etiquetados como “conservadores” o “progresistas”. Segundo, los responsables políticos no han pagado por los errores cometidos en la gestión. Eso es un problema muy pero que muy grave: una sociedad no puede avanzar con ciudadanos de dos categorías: los que pagan por sus errores y los que no. ¿Y luego hablan de que existe desigualdad? Sólo les preocupa la económica. La jurídica, desde luego que no. Tercero y es el asunto que nos ocupa: todos los políticos sin excepción han argumentado que se dejaron llevar por los expertos. Es decir, entran en el modelo “les hice caso”. Es como apostar a cara o cruz. Si sale cara, gano yo. Es decir, mi gestión ha sido la adecuada. Si sale cruz, pierdes tú. En otras palabras, los culpables son los expertos.
Lo curioso es que en otro tipo de gestiones no se consulta muy a menudo a los expertos. Uno no duda de que al realizar los Presupuestos Generales del Estado (la misma lógica se puede usar para una comunidad autónoma o un ayuntamiento) se consulte a los entendidos. Pero nadie nos dice quienes son, ni las argumentaciones aplicadas para subir los impuestos, intervenir en los alquileres, suprimir las ventajas fiscales de los planes de pensiones o crear peajes en las autovías. Muchas veces parece que se gobierna a golpe de ocurrencia. Vale, que no. Que las cosas se estudian. Que se profundizan. Que se analizan. Bien, claro que sí. Entonces, ¿por qué no nos lo cuentan? Cuando un ayuntamiento implanta zonas azules, amarillas, rojas, verdes o violetas, ¿por qué no explica a los vecinos afectados cómo se van a incrementar sus servicios públicos? Mientras no se avance por este camino, no maduraremos como sociedad. El dinero público es de todos y merecemos saber cómo se gasta al detalle.
Claro que no todo es política ni fútbol. No es fácil tomar algunas decisiones. ¿Qué estudiar? ¿Es mejor preparar oposiciones, emprender o trabajar por cuenta ajena? Si alguien desea emanciparse, ¿es mejor comprar o alquilar? ¿Qué zona es la más adecuada para vivir? ¿Es útil comprar un coche? ¿Por qué no un patinete eléctrico o una bicicleta?
Cuando tomamos este tipo de decisiones, debemos pensar en el interés de la persona que nos va a aconsejar. Para un carnicero, un heladero o un bodeguero su producto es el mejor y más saludable. En un caso extremo, un joven tentado que cae en el vicio de la droga siempre podrá decir que “les hice caso” ya que “todos lo hacían”. Una curiosidad: aunque tenemos una tendencia natural a evitar el conflicto (cosa de la que se aprovechan muchos espabilados en multitud de ámbitos de la vida) a largo plazo se valora más a las personas con criterio propio. Una selección apasionante del personal de una empresa, argumentada por el mentor de ejecutivos Marshall Goldsmith, es la siguiente: “según mi experiencia, cuando los empleados hacen lo que eligen hacer, solemos considerarlos comprometidos. Si por otro lado, están haciendo lo que tienen que hacer, decimos que cumplen”.
Estas ideas nos permiten sacar dos conclusiones fundamentales. Primero, cuando alguien dice “les hice caso”, o se está quitando un peso de encima para echar la culpa a otros, o no sabe tomar decisiones por sí sólo, o las dos a la vez. Segundo, puestos a elegir, es mejor elegir lo que hacer a dejar que otros lo hagan por nosotros.
En el área de las finanzas se comenta a menudo que “si no eres jugador, eres parte del terreno de juego”.
En el área de la vida, es mejor seguir el consejo de Einstein (“se trata de saber las reglas y después jugar mejor que nadie”) que ser parte de un terreno de juego.
9. Saber.
Un dicho popular nos dice que el saber no ocupa lugar, aunque no es del todo exacto. Siempre queda registrado en alguna neurona. Además, ahora ya no es tan necesario. Es más útil usar el apéndice de nuestro cerebro, ese artilugio llamado teléfono móvil. ¿Para qué memorizar una fecha de cumpleaños, un teléfono móvil o el DNI? Consultar el teléfono es suficiente. ¿Para qué conocer la capital de Burkina Faso? Consultar el teléfono es suficiente. ¿Para qué estudiar la tabla periódica? Consultar el teléfono es suficiente. ¿Para qué memorizar? Consultar el teléfono es suficiente.
No. Nunca es suficiente. La creatividad y la intuición se desarrollan a partir de muchos conceptos, ideas y definiciones asimiladas que se solapan entre sí creando nuevas conexiones, las cuales amplifican nuestro conocimiento. Si la educación es saber que hacer cuando no sabemos lo que hacer, es muy difícil tomar decisiones si hemos perdido la capacidad de usar el cerebro. Bien, eso es un debate conocido. De hecho, los gurús de Silicon Valley no quieren que sus hijos usen el móvil. Lógico y normal. No es sólo el hecho del atontamiento mental. Hay algo peor: la adicción. ¿Qué ocurriría si el alcohol, el tabaco o las drogas serían gratis? Se consumiría más. Como todas las consultas en las pantallas provocan reacciones semejantes en el interior nuestro cerebro, terminamos todos enganchados.
El tema de las redes sociales tiene una implicación más profunda. Enseña cómo la definición importa, ya que cuando afirmamos que son “sociales” les damos una visión no ajustada a la realidad. En verdad, son redes pero de pescar. Meditemos acerca de los mejores momentos de nuestra vida. Todos ellos son compartidos con alguien. Es complicado tener una felicidad plena consultando de manera permanente el móvil. Nadie se arrepiente, antes de morir, de no haber estado durante más horas consultando pantallas. Tampoco se arrepiente de no haber comprado un Ferrari o una joya más cara.
En este sentido, existen tres corrientes de pensamiento peligrosas. Uno, no es necesario saber ni desarrollar la memoria ya que todo está en el teléfono móvil. Bien, esta afirmación ha sido rebatida en el apartado anterior. Dos, hay que especializarse en algo muy concreto: así son los nuevos tiempos económicos. Sin ser falsa, esta afirmación no es correcta. El pensamiento multidisciplinar importa. Enseña a hacer asociaciones que no son simples a la vista. No consiste en estudiar carreras de ámbitos que no tengan nada que ver unos con otros; consiste en esforzarse por conocer otros ámbitos de conocimiento. Nada más, nada menos. Tres, el “efecto tertuliano”. Si queremos saber mucho de todo terminamos sin saber nada de nada. Ya comentaba Marlon Brando que “lo curioso de ser famoso es que te preguntan de todo y tus opiniones son tenidas en cuenta como si fueses un experto”.
Estos es peligroso, ya que al final acudimos a simples ocurrencias, las cuales vienen determinadas por sesgo de disponibilidad (comentamos las ideas que están más de moda) y el sesgo de confirmación (sólo nos fijamos en aquello que confirma nuestros pensamientos preestablecidos).
El saber está emparejado con el desarrollo humano. Hay una regla que demuestra la neurociencia: creer saber envejece, querer saber rejuvenece. La curiosidad, conocer, estudiar, aprender y desaprender nos lleva siempre a tener la sensación de crecer y hacer que nuestra vida merezca la pena. No está montado así el sistema de hoy: estamos rodeados de estímulos para consumir pronto y pedir prestado, no en comprar más tarde y ahorrar para el futuro.
Sin embargo, saber es fundamental. Amplia nuestro pensamiento y la visión del mundo. Nos aporta certezas generando nuevas dudas. Sin embargo, este coste siempre merece la pena. Así, querer saber sirve para aproximarnos a las grandes preguntas, aquellas que siempre nos han empujado a llegar hasta la sociedad de hoy. ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿Cómo podemos mejorar la situación económica y sanitaria de la comunidad? ¿Cómo aumentar la calidad y la cantidad de nuestros años de vida? Si hubiésemos consultado estas preguntas a un teléfono móvil, no hubiésemos tenido respuestas. No nos imaginamos a los grandes líderes o científicos de todos los tiempos como Jesús, Einstein, el matrimonio Curie, o Hipatia de Alejandría pendientes de una simple pantalla. Los vemos como personas curiosas que siempre aprendieron para así poder enseñar y viceversa en un feedback sin fin.
Las opciones son muchas: astronomía, física, literatura, arte, matemáticas, senderismo, deporte, espiritualidad, arqueología, arquitectura, religión, psicología, sociología, economía, tecnología, medicina o estadística. Todo ello no está reñido con el entretenimiento: existen múltiples espectáculos de música, cine, danza o teatro conmovedores.
La expresión homo sapiens sapiens nos dice que “el hombre sabe que sabe”. No podemos olvidarlo, como mi inolvidable alumno Ramiro Giménez Cara a quien van dedicadas estas líneas. Falleció en clase con tan sólo 97 años.
Sabía que la actitud, no la aptitud, es lo que determina nuestra altitud.
Y quería seguir sabiendo.
10. Semáforos.
Los colores del semáforo son universales. Rojo, amarillo y verde. Prohibido pasar, recomendación de detenerse, paso permitido. Actividad ilegal, actividad alegal, actividad legal. Sí, los semáforos son una metáfora de la vida, evalúan gestiones cotidianas e incluso son una señal que explica la actividad económica y social de un país.
Un semáforo sirve para saber si se ha comprendido una explicación: “no entiendo nada”, “tengo dudas”, “está claro”. Sirve como indicador de notas: “suspenso”, “aprobado justo”, “aprobado alto/notable”. No sólo eso; su lógica se puede usar para valorar personas. Además, esta evaluación tiene un interesante componente transversal; se puede ser un buen miembro de una familia, un mal trabajador y un amigo respetable. Somos así. Por eso la costumbre de discriminar “buenas personas” de “malas personas” no tiene sentido alguno: depende del contexto. En realidad, lo que se puede evaluar es un comportamiento concreto. Es la misma idea que decía Winston Churchill cuando le preguntaban su opinión de los franceses: “no lo sé, no conozco a todos”. Lo mismo sirve cuando nos piden opinión sobre una persona concreta:”no lo sé, no conozco todos sus comportamientos”.
Evaluamos a menudo a los demás, nos evaluamos poco a nosotros mismos. El dicho de que “las comparaciones son odiosas” es falso; “las comparaciones son inevitables” es más correcto. Además, aparecen conclusiones sorprendentes. Preferimos ganar 2.000 euros al mes si los que nos rodean ganan 1.800 a ganar 3.000 si los que nos rodean ganan 3.500 euros. En otras palabras, lo que cuenta es estar mejor en términos relativos, no absolutos. ¿Absurdo? No. Lógico y razonable. Siempre proporciona bienestar interior vernos un poco mejor que los demás. Son cosas que no se dicen pero que se piensan.
Ahora bien, ¿cómo pueden los semáforos ser un indicador razonable de la actividad económica de un país? Se puede contestar a esta cuestión con una pregunta; si ves un semáforo rojo, no hay ningún policía a la vista y no aparece ningún coche, ¿qué haces?
En general, si vamos andando cruzamos. Aunque la idea tiene sentido práctico (al fin y al cabo, no vamos a tener ningún accidente, no nos van a multar y vamos a ganar tiempo) existen un aspecto muy inquietante que merece la pena valorar. ¿Damos ejemplo así a los niños? Hay una regla clara: semáforo rojo, no pasar. Sin embargo, aparece una excepción: no hay riesgo alguno si cruzamos. ¿Entonces? A cruzar. El ejemplo es pésimo, ya que, de manera inconsciente, se puede pensar que existen razones por las que me puedo saltar las reglas. Eso no es bueno; de hecho, ya existen semáforos con luces parpadeando en los que se indica que si no hay circulación podemos cruzar la carretera.
Claro que la cosa empeora si estamos conduciendo. En algunas culturas no se comprende que si el semáforo está rojo y no viene nadie lo adecuado sea esperar. Las personas que actúan así reciben burlas de los demás. Sin embargo, en otros casos no pasa lo mismo. Me asombró la anécdota, razonada por un amigo experto en “semaforología”, de Canadá. Si alguien se saltaba el semáforo rojo, le metían una multa descomunal. Por ejemplo, 3.000 euros. Si una persona no tiene dinero, la solución es fácil. Se hacen trabajos para la comunidad. Si una persona no tiene gana de trabajar, la solución es fácil. Visita a la cárcel. Consecuencia número uno: nadie se salta el disco rojo. Consecuencia número dos: se cumplen el resto de reglas.
Claro que hay países en los que un semáforo rojo es semejante a una señal de ceda al paso o en los que la circulación es un caos de automóviles que recuerda a las barracas de los autos de coche. Pues bien, existe asociación entre el cumplimiento íntegro de las reglas de tráfico y la situación económica de un país. El ejemplo más famoso de esta idea apareció en Nueva York, cuando se permitía a los funcionarios de la ONU (Organización Naciones Unidas) saltarse las reglas de circulación y aparcar atascando, por ejemplo, la salida de un centro comercial o de un colegio. Los países más desarrollados tendían a ser respetuosos con los demás, los menos desarrollados, sin embargo, no lo eran.
En un mundo azotado por la pandemia, con un cambio climático en ciernes (basta recordar que en el océano Ártico las temperaturas son las más altas de la historia, los incendios han arrasado más de 500.000 hectáreas en Estados Unidos, se ha batido el récord histórico de concentración de dióxido de carbono, hemos tenido inundaciones brutales en Alemania y Bélgica, lluvias torrenciales en China o temperaturas de 50 grados en Iraq que han colapsado el sistema eléctrico entre múltiples sucesos semejantes) se torna necesario regular los comportamientos humanos mediante la lógica del palo y la zanahoria más adecuada para evitar catástrofes mayores y generar bienestar social en equilibrio con nuestro medio.
Y todo empieza por un simple semáforo.
Rojo, amarillo y verde.
ULTIMA ACTUALIZACIÓN: 28/6/24