1.Alimentación.
Un dicho habitual dice que “somos lo que comemos”. Sí: el tipo de alimentación que llevamos influye de forma fundamental en nuestra vida. Todos los “expertos” nos dicen lo que debemos hacer para estar más sanos: seguir la dieta mediterránea, no fumar, beber lo mínimo y hacer deporte. En este sentido, es impresionante la gran cantidad de revistas, libros o espacios de salud que existen para fomentar la buena vida. Muchas veces da la sensación de que si nos informamos sobre este asunto vamos a estar mejor y sin embargo lo que importa son los hechos: la dificultad para cerrar la brecha entre la intención (perder peso, ir a pasear al bosque) y la acción es gigantesca.
Existen tres indicadores asombrosos que sirven para predecir la calidad y cantidad de vida. En primer lugar el número de amigos que tenemos. A más vida social, mejor. En segundo lugar, la hora a la que nos levantamos. Conforme lo hacemos más temprano, mejor. ¿El motivo? Eso indica entusiasmo y ganas de realizar actividades. En tercer lugar, la velocidad a la que andamos. La razón es la misma que la anterior. Respecto de andar, una sorpresa: existen observadores que deducen la situación vital de una persona sólo con verlas caminar, y lo hacen de forma muy aproximada. Así que podríamos sustituir el dicho inicial por “somos como andamos”. No obstante, también “somos lo que decidimos”, “somos lo que pensamos” o “somos lo que hacemos”. Conclusión: “somos lo que somos”. Punto.
Un investigador social tendría un problema de causalidad: ¿tenemos muchos amigos porque nos cuidamos y nos sentimos más atractivos? Se debe estudiar el sentido contrario; podría ser que al tener muchos amigos deseemos tener mejor imagen y nos cuidemos más. Sea de una u otra forma, la influencia de la plasticidad cerebral está fuera de dudas. Entre los 18 y los 20 años todos nuestros hábitos, sean buenos o malos, se convierten en necesidades. Puede ser la lectura, el deporte, el tabaco o el alcohol. Riesgo adicional: es más fácil pasar a un hábito que nos aporte comodidad antes que realizar un esfuerzo. Estamos programados para ahorrar nuestra energía.
Hábito clave: la alimentación. Problema clave: la inflación. La subida de precios es heterogénea: las frutas y la verdura han aumentado más que la bollería o el chocolate. Cuidado, ya que eso nos puede llevar a un problema que existe en Estados Unidos: las clases sociales segmentadas….por la forma en la que comen. Para comprender mejor la idea necesitamos conocer un concepto epidemiológico: la falacia ecológica. Estudiemos la relación entre los países según su nivel de riqueza y el índice medio de masa corporal (IMC). El IMC se calcula dividiendo el peso en kilogramos por el cuadrado de la altura en metros. Se considera que una persona tiene sobrepeso si este índice es superior a 25; si es superior a 30 estaríamos en obesidad mientras que si es inferior a 18 el problema sería de falta de peso.
Tal y como cabía esperar, si un país es más rico el IMC aumenta. Sin embargo, dentro del país las cosas cambian. En Estados Unidos, si hacemos el mismo estudio tomando como unidad de medida cada persona (se valora su renta y su IMC; antes la unidad de medida era el país) se observa una relación inversa. A más riqueza, el IMC disminuye. ¿Cómo se explica? Muy fácil: comer sano es caro, comer insano es barato. Las clases más bajas no pasan hambre, pero no les sobra el dinero. En consecuencia, comida fácil. Además, debemos añadir dos problemas adicionales.
El primero, existen muchos tipos de alimentos que generan adicciones. ¿A quién no le ha pasado que ha comenzado a comer algo y después cuesta horrores parar? Hay tantos gustos como personas, pero el chocolate, algunas patatas fritas o bebidas azucaradas alcanzan niveles de dependencia semejantes a los que se pueden tener con el alcohol o el tabaco. Poco se debate este asunto. ¿Intereses creados?
El segundo, la segregación llega a tal nivel que en algunos barrios de grandes ciudades norteamericanas es muy difícil tener la posibilidad de comprar comida saludable. Existen supermercados en los que ni siquiera existen las frutas y las verduras: no es rentable el producto fresco ya que requiere menos tiempo de exposición. Un caso extremo se da en México: en algunas zonas la falta de suministro de agua hace que las personas sacien su sed…con soda.
Una peor alimentación supone una vida menos sana, menos completa y lo que preocupa a muchos políticos: más gasto sanitario.
¿Se tomarán medidas para evitar la segregación por alimentación?
2.Astroturfing.
Menuda palabreja. ¿Qué es? ¿De dónde sale? ¿Para qué sirve? El astroturfing es una técnica de marketing y relaciones públicas basada en proyectar una imagen falsa de naturalidad y espontaneidad con el fin de ganar apoyo y viralidad (wikipedia). El término proviene de Astro Turf, marca estadounidense de césped artificial.
El asunto viene a cuento de un libro editado por Debate denominado “Confesiones de un bot ruso”. Merece la pena remarcar el subtítulo: “me he pasado unos cuántos años insultándote en las redes sociales porque alguien me pagaba. Ahora quiero contarte cómo lo hacía”. El autor indica que realizan “estrategias que pervierten la autenticidad de los termómetros sociales e impulsan artificialmente movimientos ciudadanos o tendencias de opinión”. Eso da que pensar.
Ucrania. Año 2014. El presidente Yanukovich cae ante los movimientos de la población que piden la adhesión a la Unión Europea. Vladimir Putin, presidente ruso, no tiene dudas: occidente está detrás de todo ello. ¿Cómo lo ha hecho? Está claro. Con técnicas de astroturfing.
Por supuesto, esta es la versión rusa. La realidad es mucho más compleja, y desde luego las guerras híbridas del siglo XXI van a usar esta estrategia con más intensidad. Siempre ha sido así, aunque las formas evolucionen. En reuniones para vender productos concretos, en campañas electorales o en asambleas sindicales siempre se han infiltrado personas cuyo misión es “calentar” al vecino de al lado, de manera que le incitan a la compra, a hacer ver que el candidato del partido es el adecuado o a convencerle de que la situación laboral en el empresa es desesperada y en consecuencia la huelga es el único camino posible.
Ahora hay un matiz fundamental: parece algo natural, cuando realmente no lo es. Pensemos en los youtubers, influencers o todas estas personas que para hacerse famosas no necesitan ir a la televisión (por cierto, a veces parece que las plataformas online son las encargadas de idear la programación actual, la cual aburre hasta las plantas de la casa). ¿Es verdad que ha sido algo espontáneo? ¿No habrá una campaña detrás con una financiación ideada para llegar a tener millones de seguidores? ¿En qué momento se logra viralizar un asunto, espectáculo, deporte o persona? Además, una tendencia imparable es la de realizar anuncios que no parecen tales. Aparentemente el asunto está regulado, y en muchas ocasiones leemos en los medios “contenido patrocinado”. No obstante, cuando las reglas no están claras siempre se puede realizar alguna “alegalidad”. Hay un aspecto que enseña la realidad de forma tozuda: si bien tenemos incentivos a no realizar actividades ilegales (al fin y al cabo, son ilegales y corremos el riesgo de recibir un castigo), no tenemos incentivos para no realizar actividades alegales. Es más, si no lo hacemos alguien lo hará. Y ese alguien nos quitará la venta, el puesto o la comisión. Eso es algo que no nos hace ninguna gracia.
Se trata de un efecto negativo de Internet: sin espíritu crítico, nos pueden convencer de cualquier casa. Así se generan nuevos mercados: se pueden contratar empresas que nos asignen una reputación positiva en la red. También empresas que eliminen aspectos que consideremos negativos y deseemos suprimir. Algunos puestos de trabajo sirven para salir en las primeras páginas de los buscadores, y claro, eso es Google. Otra oportunidad de negocio.
Profundicemos. ¿Están los medios de comunicación sometidos a este tipo de problemas? ¿Dependen de los anunciantes? ¿Nos podemos fiar de ellos? Es arriesgado y apasionante contestar a estas preguntas. Los medios no están sometidos de forma directa a astroturfing; indirectamente, sí. Por otro lado, la publicidad que vemos en los medios es otra de sus fuentes de financiación. Por lo tanto, son sus clientes. Por lo tanto, dependen de ellos y siempre que no se ataque su código deontológico tiene sentido tenerlo en cuenta. Por último, nos podemos fiar de las noticias, claro que sí. La razón, sencilla: los medios viven de su reputación y fiabilidad. Eso sí, debemos ser cuidadosos con la interpretación de las mismas. No es algo para criticar; es normal que cada periódico siga su línea editorial. Es el lector quien deber realizar el análisis subjetivo de las noticias. El pasado 17 de enero Pedro Sánchez tuvo una reunión con el nuevo canciller alemán, Olaf Scholz. Al día siguiente, un periódico nacional tituló: “Scholz exhibe sus diferencias con Sánchez y pide rigor fiscal”. Otro tenía una portada diferente: “Scholz y Sánchez exhiben sintonía con matices sobre las reglas fiscales de la UE”.
Esto no es óbice para insistir en que todos, medios y sociedad civil, debemos continuar en el camino de la verdad y en la interpretación correcta de la realidad para tomar mejores decisiones. Y para ello es bueno tener en cuenta el astroturfing.
3. Causalidad.
Los precios, disparados. Miles de hectáreas, calcinadas. La guerra en Ucrania continúa. La pandemia repunta. ¿Por qué? ¿Cómo se llega una situación concreta? Sin duda, es la pregunta que más veces nos hemos repetido. ¿Por qué unos países son más ricos que otros? ¿Por qué una persona que no fuma puede tener cáncer de pulmón? ¿Por qué muchos fumadores no tienen cáncer de pulmón?
Si las cosas fueran tan fáciles, las decisiones serían más sencillas. Por desgracia, el mundo no es así. Algunos tratamientos médicos son útiles para unas personas, y pueden resultar perjudiciales para otras. Lo mismo ocurre con las medidas económicas aplicadas en diferentes países o regiones; si algo es bueno para uno, es malo para otros. Al menos, existe un consuelo útil para la medicina y la economía: los perjuicios. Fumar es malo, el sedentarismo no es bueno, el control de precios lleva siempre a la escasez o la inclusión de grandes cantidades de dinero en una economía genera inflación.
Punto número uno; distinguir asociación de causalidad. Fumar está asociado con tener cáncer de pulmón, pero no siempre lo causa. Ahora bien, ¿cómo podemos demostrar dicha asociación? Mediante al observación. No podemos obligar a nadie a fumar ni a no fumar (ojo, en Nueva Zelanda han comenzado a prohibir el tabaco a los jóvenes). Analizando la evolución de dos grupos de personas de idénticas características salvo el tabaco, comprobamos que pasado un tiempo la proporción de enfermos es mayor en el grupo de fumadores. No obstante, debemos ser cuidadoso con el estudio: en general los fumadores tienden a beber más alcohol o bien hacen menos deporte. Si no tenemos eso en cuenta, sobreestimamos el efecto del tabaco en la salud. Apliquemos un ejemplo para entender la idea. Un grupo de personas come sano y equilibrado, siguiendo el patrón de la dieta mediterránea. Otro grupo se alimenta como le parece. Pasado un tiempo, observamos en el primer grupo hay más fallecidos. ¿Por qué?
Esto nos lleva al punto número dos; la confusión. Las personas de más edad tienden a alimentarse mejor, en consecuencia las personas del grupo de la dieta mediterránea fallecen debido a que tienen más años. En otras palabras, la edad está relacionada con la causa (a más edad, se come mejor) y el desenlace (las personas mayores tienen menos esperanza de vida que los jóvenes).
El caso anterior es muy sencillo, pero a veces no es tan fácil. En Estados Unidos se observa que las ciudades con más policía tienen más crímenes. Extraño, ¿no? No tanto. Es un tema de población. A más población, más personas. A más personas, más crímenes. Ahora bien, en países como Japón no pasa eso. Los delitos son menos comunes. ¡¡Claro!! En Japón no existe la libertad de manejo de armas que existe en Estados Unidos. Ahora bien, ¿por qué?
Está claro. La segunda enmienda de la Constitución Norteamericana (25/9/1789) establece el derecho de individual a portar armas. Ahora bien, ¿cómo se puede mantener una orden tan aparentemente anacrónica? Es debido a que cuando se promulgó el texto eran otros tiempos. ¿Por qué no lo han cambiado? Los firmantes del texto eran descendientes de las clases más conservadoras europeas, que habían emigrado a Estados Unidos. ¿Por qué emigraron estás clases y no otras? En fin, así iríamos hacia atrás, atrás, atrás…..hasta llegar al nacimiento del Homo Sapiens. Delirante, ¿no? No.
El estadounidense – israelí Oded Galor es profesor de la universidad de Brown es fundador de la teoría unificada del crecimiento, y se propuso, precisamente, hacer el viaje anterior. Así, ha demostrado que el 25% de la disparidad entre naciones se explica por la diversidad social. Las características geoclimáticas explican el 40%, los factores etnoculturales el 20% y las instituciones políticas sólo el 10%.
Bienvenidos al tercer y último punto. Cuando queremos saber el porqué de las cosas, nos centramos en los factores observables, olvidando las causas subyacentes de los mismos. Es una idea que tiene muchas aplicaciones.
Además de subir los precios por los problemas de suministro o la guerra, tenemos causas subyacentes como ahorro acumulado por la pandemia, entrada de dinero por las políticas fiscales y monetarias expansivas, oportunismo de algunas empresas.
Ni la oposición ni el gobierno valoran mejorar la prevención de los incendios…hasta que aparecen. Falta de flexibilidad en la transmisión de órdenes. Coordinación mejorable.
Sigue la guerra. Valoremos dos aspectos. Uno, imposibilidad de encontrar una solución justa para ambas partes. Dos, imposibilidad de victoria militar para una parte.
Si no sabemos el porqué del repunte de la pandemia es que no hemos aprendido.
¿Por qué?
4. Creencias.
Vivimos tan acelerados, tan agobiados, tan ocupados (de la misma forma, estar desocupado es motivo de preocupación) y tan estresados que dedicamos poco tiempo para la reflexión. Es más, el sistema parece orientado a que actuemos así. Las pantallas, las actividades, los compromisos, el trabajo, la familia, las amistades, las mascotas o las necesidades de cada día nos dejan sin tiempo para nada. Bueno, al menos dedicamos tiempo para hablar. Los asuntos de los que se hablan son comunes. El principal: los cotilleos. Se estima que más del 52% del tiempo de conversación lo empleamos así.
Otras posibilidades: trabajo, familia, educación o política. A nivel estacional, la guerra o la pandemia. De forma excepcional, aparecen asuntos como el espionaje con Pegasus. Otras veces nos tienen “entretenidos” con algún suceso como desapariciones o crímenes sin resolver. A menudo, aficiones comunes: literatura, cine, teatro, deporte o series de televisión. Además, la mayor parte de las veces estamos de acuerdo. Ejemplos, “los políticos no son de fiar”, “vivimos en un mundo injusto”, “queda mucho por hacer en el tema de la igualdad”, “cómo están los precios” o “menuda primavera tenemos, hace un tiempo horroroso”. Como tenemos programado un sesgo para agradar, nos gusta evitar el conflicto. Claro que se debe tener cuidado con eso: siempre aparece algún aprovechado que busca sacar tajada. Por cierto, una curiosidad: un estudio realizado en Estados Unidos demostraba que si en una reunión familiar se encontraban demócratas y republicanos, el tiempo de conversación se reducía en tres cuartos de hora. Exactamente en 2700 segundos.
Ahora bien, ¿cuáles son los temas de los que no se habla? Para empezar, de dinero. Es un tema tabú. No gusta decir lo que ganamos o dejamos de ganar. Sí; es delicado. Existe un patrón tan arraigado como falso: pensamos que a una persona le va mejor conforme su salario es mayor. Y claro, eso siempre es relativo. La salud, la paz interior o tener la sensación de que hacemos lo que debemos son aspectos impagables. Eso es lo malo: sólo valoramos lo que se puede medir.
Poco se habla también de asuntos religiosos. La Iglesia recibe críticas, unas más razonables que otras. Tema de abusos: fundamental. Se debe analizar e investigar con profundidad. Tema de inmatriculaciones: también se debe tratar. Tema de bodas para los sacerdotes o que una mujer pueda cantar misa: aquí es donde aparece una contradicción. Mientras que las dos primeras cuestiones abarcan a toda la sociedad, el tercer caso concierne tan sólo a quienes pertenecen a la Iglesia. Es como entrar en casa ajena. Claro, es más fácil arreglar los problemas de los demás. Los nuestros, los dejamos para mañana.
Respecto del tema de la muerte, vivimos separados de ella: un recuerdo el uno de noviembre, se compran unas florecillas por aquí, una visita el cementerio por allá y punto. No deja de ser una priorización con el corto plazo. Somos así.
Entonces, ¿en qué creemos? Para poder responder a la pregunta, habrá que comprender el significado de la palabra. Creer es confiar. Así, podemos hacer una lista. ¿Creemos en los políticos? Pocas veces. ¿En los demás? En general sí, pero no podemos olvidar que la mentira es parte de nuestra vida. En muchas ocasiones, cuando alguien afirma algo con palabras está confirmando lo contrario con hechos. Quien se queja de que los demás están enganchados al móvil, posiblemente también lo esté. Quien se queja del egoísmo de los demás, es posible que sea egoísta. Es un tema de proyección. Ahora bien, merece la pena creer en los demás. Está demostrado que una sociedad sin confianza no funciona. Y para evitar incentivos negativos como comprar un coche y no pagarlo o recibirlo sin que cumpla alguna de sus especificaciones existen regulaciones que penalizan los comportamientos inadecuados.
Una idea: valorar lo que gana una persona cuando nos hace una recomendación. Al comienzo de la campaña electoral en Andalucía, el PP (gobierno autonómico) promete miles de plazas públicas y Yolanda Díaz (gobierno central) promete millones de euros para promover el empleo en la Comunidad. Siempre pensando en el pueblo.
Todo este debate nos ha desviado y a la vez nos ha acercado a la pregunta crucial. ¿En qué creemos? Cada lector debe buscar su propia respuesta. Eso pasa por comprender la principal limitación que tenemos: los aspectos educativos y culturales más integrados en nuestro interior. Ahí aparece el sentimiento religioso, identitario y comunitario junto con los valores a los que jamás podemos renunciar.
Sin embargo, debemos meditar. Un obispo alemán contaba que a él le educaron en el cristianismo y sólo en eso. En consecuencia, necesitaba investigar todas las religiones para elegir la más adecuada.
Es una tarea necesaria. Pero como no nos parece urgente, la dejamos para el más allá. Y eso está lejos. Muy lejos.
5. El efecto Mbappé.
Menuda murga nos han dado los medios con el tema del posible fichaje de Mbappé para el Real Madrid. Que si viene, que si no, que se queda….sea de una u otra forma la prensa deportiva logró uno de sus objetivos: vender esperanza. Bien mirado, es un buen negocio (en palabras del antiguo ejecutivo de Disney, Michael Eisner, el mejor posible). En épocas de tranquilidad deportiva como la actual y a la espera del Mundial en diciembre en Qatar, se seguirán alimentando diferentes rumores. Por cierto, buen ejemplo, la FIFA. ¿Cómo se puede permitir un campeonato del mundo en diciembre, rompiendo el equilibrio de todas las competiciones nacionales e internacionales? Está claro: por dinero. Y no dejan de pensar ideas para recaudar más: la liga de las naciones, un posible Mundial cada dos años, una Champions League con un nuevo sistema….en fin, no conocen una regla fundamental de la economía: la escasez. Por definición, un año no puede tener “diez partidos del siglo”. Sin embargo, sólo piensan en la abundancia de sus cuentas corrientes.
No se trata de hacer un análisis sobre el potencial futbolístico del París Saint Germain. Eso lo dejamos para los aficionados. Se trata de pensar en quienes han aconsejado a Mbappé: ¿podría ser que los intereses de los asesores y del asesorado sean diferentes? Es lo que se conoce en economía como “teoría de la agencia”, y en este caso, merece la pena valorarlo.
En el mundo del fútbol, la prioridad de los agentes es que sus representados sean traspasados de un equipo a otro, ya que así tienen mayores comisiones. En consecuencia, tienen incentivos para dirigir a su cliente en un sentido. Es así. Siempre, siempre, siempre debemos tener en cuenta las razones ocultas de los demás, para lo bueno y para lo malo. Reflexionando sobre ello, descubrimos que la mayor parte de las veces que alguien ha realizado un acto que nos ha perjudicado no estaban pensando en fastidiarnos; el objetivo real era su beneficio. No sólo el monetario: hay más opciones.
En el caso de Mbappé, sus padres estaban interesados en que se quedase en París. Mejor tenerlo cerca de casa. Sus agentes estaban interesados en que se quedase en París. Más prima de fichaje. Incluso Emmanuel Macron, presidente de Francia, estaba interesado en que se quedase en París. Por lo tanto, todos le iban a empujar hacia esa decisión. ¿Era eso lo mejor para el jugador? No lo parece. A nivel monetario, va a tener dinero para dar y regalar. A nivel deportivo, la liga francesa es poco competitiva. El PSG tiene un porcentaje salarial en dicha competición del 37%. Es una completa barbaridad. Así, no tiene ningún mérito ganar. Otra cosa es la Premier en Inglaterra o la Serie A en Italia. La grandeza de una victoria viene dada por el nivel del rival. Si no hay rival, no hay grandeza. Punto. En consecuencia, puede ocurrir (como este año) que Mbappé juegue sólo dos partidos de nivel en una temporada: la ida y vuelta de los cuartos de Champions.
En Economía de la Conducta se usan ejemplos de este tipo para adaptarlos como patrón a nuestra vida cotidiana. Por eso a un modelo en el que los asesores aconsejan al asesorado algo que no le conviene se le podría llamar efecto Mbappé. Aplicando este ejemplo, un alto cargo político siempre debe tener en cuenta que el principal objetivo de su asesor….¡es seguir siendo su asesor!
Estos patrones son fascinantes. Uno que se ha puesto de moda recientemente es debido a la famosa actriz Barbra Streisand. En el año 2003 denunció al fotógrafo Kenneth Adelman por fotografiar, en unas imágenes realizadas a la costa de California, su mansión en Malibú. Aunque el propósito de las fotos era mostrar la erosión del mar, la denuncia hizo que las descargas pasasen de seis….¡a más de 500.000! La censura logró una repercusión mediática sin igual. Por eso se llama efecto Streisand al fenómeno a partir del cual un intento de encubrimiento origina un efecto contrario al deseado. Pues bien, eso ha pasado en China: la censura por parte de las autoridades de una tarta con galletas oreo y canutillos de chocolate en forma de tanque ha logrado que muchos jóvenes hayan conocido lo que ocurrió en Tiananmen (año 1989).
Volviendo al asunto principal, debemos pensar en quienes nos asesoran para tomar las decisiones más importantes de nuestra vida. No existe el caso perfecto; las personas más cercanas se ven afectadas por lo que hacemos. Las personas más lejanas no tendrán que pasar por esas consecuencias, aunque posiblemente les faltará información para aconsejarnos mejor.
Entonces, ¿qué hacer? Muy sencillo: después de valorar los pros y los contras, decidir nosotros mismos. Parece muy fácil pero no lo es: nos gusta tener excusas para no responsabilizarnos de los errores que tenemos. Y no, no es hipocresía. Es biología.
6. Fuego, fuego!!!
Estamos rodeados. Inflación. Guerra. Problemas de suministro. Repunte de la pandemia. Los focos no dejan de aparecer. Faltan recursos humanos, temporales y materiales para poder atender tanto foco. ¿Qué podemos hacer? La solución más cómoda: disfrutar del verano, que han sido dos años de pandemia horrorosos. A partir de otoño ya veremos. ¿Ya veremos? ¿Vamos a esperar a que las llamas estén alrededor de nuestras casas? No es lo más práctico. Debemos recordarlo: el mañana siempre llega. Y muchos indicadores económicos adelantados no presagian nada bueno.
No existe mucha diferencia entre gestionar la economía y los incendios. No ha pasado tanto tiempo y después de alguna tímida protesta del estilo “el gobierno no activó el nivel de emergencia más avanzado cuando las temperaturas estaban a tope” es lo único que ha quedado. ¿Críticas? Las justas. La vida sigue. ¿Cómo puede ser? ¿Qué hemos aprendido? Simplemente se han usado frases retóricas. Para la oposición, “la gestión ha sido un desastre”. Para el gobierno, “una vez listo todo el mundo es listo. Nadie se quejó el día anterior a los incendios de que se debía reforzar la prevención”.
Por desgracia, el cortoplacismo actual está suprimiendo la capacidad de análisis y reflexión. Pensemos en otras dos desgracias. Por un lado, terremoto en Afganistán con al menos mil muertos. ¡¡Mil!! Una pequeña referencia en los medios. Por otro lado, el asalto de Melilla. Ni siquiera los fallecidos están claros; según la fuente que se consulte parece que el número oscila entre 23 y 37. Aquí las referencias han sido mayores, pero no queda claro para nada la responsabilidad de semejante suceso. ¿La policía marroquí? ¿Las mafias? ¿Fue una estampida incontrolable que nos llevó a semejante desastre? No se sabe. No se trata de caer en el estúpido “buenismo” que nos lleva a exclamar “pobrecillos”. Se trata de saber el porqué. Conocer opciones para evitar estos desastres en el futuro. Y sin hipocresías, siendo conscientes de la escasez de nuestros recursos, pensar si existe algún mecanismo de ayuda.
Volvemos a los incendios. Todos los años, igual. Todos los años, las mismas conclusiones. Sin embargo, cuando comienza el verano los partidos de la oposición nunca se quejan de la escasez de medios para afrontar los fuegos. Y existen posibilidades. Está el fácil remedio de la barra de bar: “la cosa es muy sencilla, que se apliquen las nuevas tecnologías ya. Se podrían usar drones. Muy fácil, que sobrevuelen todos los campos y al menor imprevisto, que avisen”. Está el análisis más técnico: “se trata de limpiar los montes. Tener claras las zonas con más riesgos. Repartir el personal de la forma más eficiente posible: eso pasa por multiplicar el personal destinado a la prevención de incendios en verano. Más aún: sería muy útil profundizar la coordinación en sentido vertical (policía, ejército) y horizontal (con otras comunidades autónomas).
Pocas veces se trata otro problema de fondo: la gran distancia que existe entre la autoridad competente y la calle. En pueblos como Gallipienzo Nuevo hubo conflictos con la Policía Foral debido a la prohibición de realizar cortafuegos cuando había indicios para temer lo peor. ¿Quién tenía razón? Tiene sentido pensar que quien trabaja en el campo conoce mejor la situación. Al fin y al cabo es su medio de vida. Debido a ello, es quien más tiene que perder. Y debemos reflexionar mucho sobre ese matiz. No es lo que le ocurre a un alto cargo que pueda estar en la capital que incluso ha podido tener un contacto ridículo en el campo. Si el primero se confunde, sufre ruina económica que sí, se puede compensar con un seguro. Pero es que además tiene una ruina emocional para la que no existe consuelo. Si el segundo se confunde, lo más que puede perder es su puesto. En consecuencia, lo más cómodo es refugiarse en el protocolo: “Siempre se ha hecho así”. Más aún: en caso de error es fácil culpar a quien ideó dicho protocolo. Esta historia nos lleva a una reflexión muy profunda y fundamental.
Si el gestor toma una decisión activa y cambia la norma pretérita tiene todo que perder. Nunca se puede saber si ha acertado, ya que no podemos comparar lo que hubiese pasado en el sentido contrario. Pero si falla, le llueven las críticas. Por otro lado, si el gestor toma una decisión pasiva y acierta, muy bien. Si falla, simplemente ha cumplido la normativa existente. Por tanto, en este caso tiene muy poco que perder.
En economía, se dice que la segunda opción es “dominante”, ya que el coste de una posible equivocación es muy bajo en comparación con la primera opción.
Con el verano recién comenzado, se observan pequeños focos de humo en el aparentemente lejano otoño.
¿Cómo van los cortafuegos?
7. La luz.
La iluminación que tenemos en las ciudades permite conducir tranquilamente con las luces apagadas sin ser conscientes de ello. Sí, es obligatorio ir con las luces de cruce; no obstante, el matiz importa. En una ocasión en la que estaba circulando con el coche (disculpen la autocita) la policía me detuvo debido a que no tenía encendidas las luces de corto alcance. Después de cargar con la consabida receta uno llega a casa y se lo toma con filosofía: todos tenemos despistes. No obstante, días después descubrí cuál era el problema real. Las lámparas estaban fundidas. Es extraño, pero no lo había tenido en cuenta. Ni siquiera lo había valorado: ¿cómo puede ser?
En momentos de oscuridad como los actuales, con una situación económica, política y social muy preocupante, hace falta luz para afrontar todos los problemas y retos que debemos afrontar como comunidad global. Sin embargo, estamos con las luces fundidas. La razón es muy sencilla: nuestras ideologías, nuestros remedios para los males actuales, nuestros prejuicios y nuestra visión del mundo corresponde a un pasado que ya no existe.
Pensamos en nuestros hijos recordando, como referencia, nuestra juventud. Las conclusiones que se sacan son de los siguientes tipos: “están todos días encerrados en sus pantallas y en las redes sociales”, “los tenemos demasiados protegidos” o “son unos consentidos”. Olvidamos los cambios sociales actuales, en especial los de los padres. Antes, la primera prioridad en el tiempo libre era estar con los hijos; ahora es la tercera o la cuarta. Lo más fácil es sustituir ese tiempo por dinero y caprichos. Para saber lo que va a ocurrir después, basta comprobar la situación vital de los hijos de muchos famosos. Programas de televisión o revistas para saber de sus andanzas las tenemos por doquier; se trata tan sólo de poder leer entre líneas. Eso se refiere a conocer lo que venden estos medios en realidad. De la misma forma que cuando vamos a un gimnasio compramos bienestar futuro, cuando adquirimos una revista o vemos un programa del corazón estaríamos comprando entretenimiento, cotilleo….y consuelo, cuando observamos que otras personas ricas y famosas también tienen problemas graves.
Hay más ejemplos. Muchos empresarios orgullosos de su negocio tienden a dormirse en los laureles pensando que las cosas van a ir siempre la mar de bien y para cuando se dan cuenta es demasiado tarde: se encuentran en un bucle que ya no tiene marcha atrás. Es lo que ocurre en la selva del mercado: unas empresas reemplazan a otras por motivos como la desidia, dejadez y pereza de unas o la competitividad, el entusiasmo y la visión de otras. En la política la situación es diferente ya que los puestos se renuevan cada cuatro años. En este caso, es sorprendente el caso de Liz Truss, expremier británica: la han expulsado de su puesto….¡los mercados!
Sus políticas económicas expansivas fiscales, con una gran bajada de impuestos y un enorme aumento del gasto público para aliviar el próximo invierno energético han hundido la libra y han generado un gran desplome en la economía británica, forzando su dimisión. ¿Quiere eso decir que vamos a un mundo en el que gobiernan las finanzas? La respuesta no es sí. La respuesta es que siempre ha sido así. La gran entrada de dinero en el sistema auspiciada por las políticas expansivas de los bancos centrales ha provocado un gran aumento de la masa monetaria M2, la cual está muy correlacionada con el rally alcista que han tenido las bolsas de valores mundiales. Así, los grandes fondos de inversión (en especial BlackRock y Vanguard) se han aprovechado de ello entrando o aumentando sus participaciones en las empresas más influyentes del mundo, cuyos nombres todos conocemos. En la actualidad, su peso en la economía global es enorme.
El papel de la política es evitar que unos pocos se lleven todo y evitar que unos muchos se queden en la miseria. Sin embargo, lo que vemos es ideología, promoción del enfrentamiento contra el rival (buenos contra malos), marketing sin igual (igualdad, libertad y progresismo es lo que se lleva) y amarillismo sobre los puestos a cubrir.
Se necesitan políticas equilibradas (respecto de ganadores y perdedores), una clara redefinición del gasto público y unas normas de comportamiento transformadoras.
¿Cómo lograrlo? Aprendiendo de las experiencias de los demás, dialogando empáticamente con personas de todos los estratos sociales en muchos lugares diferentes, meditando y reflexionando, adquiriendo conocimiento, buscando ideas nuevas o informándonos por canales alternativos a los habituales.
Es el ciclo de la luz: desaprender, aprender, aplicar, valorar.
8. Neuigkeitssucht.
Neuigkeitssucht. Bonita palabra, ¿no? Así es como los alemanes designaron, cuando nacieron los periódicos, a la “adicción a las noticias y novedades”. Y no es un invento de ayer; han pasado más de 400 años desde que a comienzos del siglo XVII (año 1605) Johan Carolus fusionase los libros impresos y las cartas manuscritas en Estrasburgo. Así se crearon las noticias. Merece la pena conocer el nombre del primer periódico impreso del mundo: “Relation aller Fürnemmen und gedenckwürdigen Historien”. Desde entonces, los tiempos han cambiado. Por primera vez se comenta el riesgo de la posible desaparición de periódicos. Muchos condados de Estados Unidos no tienen prensa, y de existir, es sólo semanal.
Mucho se ha escrito sobre la adicción a las pantallas: el consumo de tiempo delante de la televisión, el ordenador o el teléfono móvil (mejor, del aspirador: al fin y al cabo se dedica a extraer nuestro tiempo, nuestra atención y nuestros datos) se está disparando. Poco se comentan, sin embargo, dos cosas. Uno: lo que perdemos. No es una tontería; tendemos a valorar lo que vemos, lo que aparece en los medios. No valoramos lo que no aparece, y es muy importante reflexionar sobre ello. Dos: ¿cómo hemos llegado a este punto? ¿Es lo que nos conviene? ¿Quién gana?
Primero, lo que perdemos. El verano es una época en la que las reuniones sociales se amplían: sea con amigos, viejos conocidos o familia. Historias, conversaciones, relajación…es una maravilla. Pero podía serlo más. ¿Cómo no recordar los tiempos en los que se contábamos chistes o se tocaba la guitarra y el grupo cantaba de formas despreocupada? Sí: los chistes y las canciones se están perdiendo. Hay más ejemplos; las recetas de la abuela. Es más efectivo comprar comida preparada, freír o encargar a una casa especializada. Así, tenemos más especialización, más incertidumbre, más desplazados. Este concepto adquiere un nuevo punto de vista, si definimos así a las personas que se sienten fuera del sistema en tanto no les representa, no encuentran trabajo en el mismo o se encuentran marginados.
Profundizando en lo anterior, ¿tenemos experiencias nuevas? Este aspecto es fundamental: repetir, repetir y repetir hace que la percepción del paso del tiempo sea más rápida. El tiempo: lo único que tenemos y que según las últimas investigaciones científicas, ni siquiera existe. La paradoja de las paradojas.
Segundo, ¿cómo puede ser que estemos así? Basta leer el título del presente artículo: Neuigkeitssucht. Queremos saber lo que pasa en los niveles que más nos interesan, sea la geopolítica, el corazón, las novedades del motor, la familia, los amigos, nuestro equipo de fútbol, el tiempo, las mascotas o la economía. Antes, un ruido era una amenaza para nuestra vida. Quizás un depredador nos estaba buscando. Debíamos ser cuidadosos. Ahora, un ruido suele ser una notificación del móvil a la que, por supuesto, debemos atender con la mayor celeridad.
Y claro, si el asunto nos parece de interés ya lo estamos compartiendo. Meditemos: cuando nos llega un meme o una noticia de gran interés es muy difícil no compartirla. Pensamos, ¿a quién le interesa esto? Así, lo que en realidad enviamos es una prueba social de que estamos al día. Y si vamos hacia atrás, esta adicción tiene una posible causa: el MAPA. ¿Qué es eso? Un acrónimo de las palabras “miedo a perderse algo”. Estimado lector: bienvenido al quid de la cuestión.
No queremos estar fuera de la onda. Por eso consumimos más y más noticias, más y más WhatsApps, consultamos el correo, queremos estar al día. Y así se ha creado una nueva industria en la que la reflexión para a ser inmediatez. ¿Quién sale perdiendo? Nosotros, en tanto se merma nuestro desarrollo humano. También pierden empresas de entretenimiento. El tiempo invertido en pantallas no se invierte en otras cosas. Ya lo decía. Advertencia de Charles Broxton: “Nunca vas a encontrar tiempo para algo. Si quieres tiempo, tienes que fabricarlo tú mismo”. ¿Quién sale ganando? A nivel económico es obvio: las compañías que producen los dispositivos, las que grandes operadoras, los suministradores de redes sociales. También ganan los políticos: una catástrofe o un error de gestión se olvida con rapidez y así nunca se depuran las responsabilidades.
Es el momento de construir un mapa, pero un mapa de verdad. Parar, reflexionar, sonreír, relajarse o hacer planes activos son actividades veraniegas. Sin embargo, deberían ser actividades cotidianas. Para ello, debemos formatearnos. En algunos valores, en algunas emociones, en nuestros planes vitales, en nuestra exigencia a los demás, en nuestros deberes como ciudadanos. No obstante, existen dos barreras que debemos saltar. En primer lugar, el sistema económico y social. En segundo lugar, nuestro sistema cerebral más profundo.
Usando el segundo como pértiga, seremos capaces de superar las marcas del saltador de pértiga Armand Duplantis. Centímetro a centímetro. “El ascensor hacia el éxito está fuera de servicio. Tendrás que usar las escaleras….una por una” (Joe Girard).
9. Reina.
¿Cuál es el tema del presente artículo? ¿El portero del Villarreal, Pepe Reina? ¿La forma de gobernar de los reyes? ¿Un homenaje a la reina Letizia, que cumple 50 años? ¿O un comentario sobre la recientemente fallecida Isabel II de Inglaterra?
Nada más leer el titular la respuesta es fácil. Es un ejemplo claro de sesgo de disponibilidad; es indudable que la presión mediática tiene su peso. Un peso que además tiene un pequeño inconveniente: no es bueno para mantener nuestra memoria fresca. De hecho, siempre se comenta el tema de moda y nos olvidamos de lo demás. Es más: sorprende que en las noticias de la televisión pública, pasados seis días del fallecimiento de la reina, todavía mantengan en titulares como principales noticias el asunto de los homenajes que se realizan en Gran Bretaña. ¿Es para tanto? ¿No será una forma implícita de defender la monarquía? ¿Italia, Francia o Alemania darán la misma importancia a todo esto? La intuición nos dice que no.
A partir de aquí, entra un debate nuevo. ¿Fue Isabel II una buena reina? ¿En qué factores nos debemos fijar para contestar a la pregunta? Los análisis son muy complejos; en investigación experimental para saber si un medicamento o una política económica es adecuada se comparan dos grupos homogéneos entre sí de manera que uno lo dejamos como estaba (grupo de control) y a otro se le aplica el tratamiento (grupo, claro está, de experimentación). A partir de ahí, se obtienen conclusiones. En este caso tan sólo podemos hacer conjeturas, ya que no existe otro país de las mismas características de Inglaterra con el que se pueda realizar una comparación.
Se debe destacar una conclusión relevante: la suerte influye en la vida, e influye mucho. No se puede olvidar que el tío de Isabel renunció al trono por amor (bueno, también le gustaba la buena vida) y en consecuencia su padre Jorge, hermano de su tío Eduardo, pasó a ser el rey inglés. Su temprano fallecimiento hizo que Isabel heredase el trono. Y lo hizo en momentos difíciles: el imperio británico se estaba desmoronando.
Era la época: en la década de los 50 y los 60 se independizaron la mayor parte de los países africanos. En unos casos hubo guerras, otras veces la transición fue más pacífica….aunque después de pasar un período, digamos, complicado. Por ejemplo se han acreditado torturas británicas en Kenia. De hecho, el gobierno de David Cameron (sí, el del referéndum del Brexit) compensó a más de 5.000 personas con 3.800 libras en concepto de reparación del daño causado. En fin, sombras hay en todos lados.
Recordemos también que la declaración de nacimiento del Imperio Británico no es de ayer. Concretamente, corresponde al año 1532. Tiempo suficiente para haber acumulado muchas riquezas. Más de setenta colonias repartidas por el mundo dan para mucho.
Eso sí, la monarquía británica tiene un mérito enorme: se vende muy bien. Es incluso una marca de país, de manera que se pueden comprar multitud de souvenirs con su imagen. No es algo que pase por estos lares. Pensemos en la historia: allí reconocen sus victorias, aquí se recuerdan las derrotas. Por ejemplo, en nuestro caso es más conocido el hundimiento de la Armada Invencible de Felipe II cuando buscaba destronar a Isabel I (1588) que la gran victoria de Blas de Lezo contra la potente flota inglesa comandada por el Almirante Edward Vernon en la célebre batalla de Cartagena de Indias (1741). Eso en Inglaterra es impensable.
Desde luego, no es el propósito de estas líneas criticar de forma despiadada el legado de Isabel II: bastantes disgustos ha tenido por parte de su familia. El objetivo es comprender que ni la reina ha sido una completa maravilla ni un completo desastre. Es obvio, y eso es su mayor mérito, que ha sabido adaptarse a sus tiempos manteniendo una discreción y neutralidad admirable. También es cierto que no ha estado tan cerca del pueblo como se parece: los historiadores sólo nombran la fiesta posterior a la victoria de los aliados al finalizar la Segunda Guerra Mundial como situación en la que se mezcló con el “populacho”. Bien mirado, eso tiene una consecuencia: se crea un mito. Las personas que ocupan altos cargos son más parecidas a nosotros de lo que parece. Sin embargo, si no conocemos nada de su vida privada, si mantienen una serie de ritos y protocolos envueltos en clase y lujo, creemos que están por encima del bien y del mal. No es así.
Es lógico y merecido el reconocimiento a la reina británica. A la vez, es exagerado: la suspensión de la Premier League tiene un pase (mejor habría sido un homenaje en los campos de fútbol) pero que se anulen citas médicas o se supriman vuelos para que haya más silencio en las pompas fúnebres es más una sobreactuación que un homenaje. Así es nuestro mundo.
10. Tipos altos.
La inflación sigue disparada, y claro, hay que pararla de alguna forma. ¿Cómo? Está claro: subir los tipos de interés. El futuro no es halagüeño, si hacemos caso a la advertencia de Jerome Powell, gobernador de la Reserva Federal Norteamericana: “las subidas de tipos debilitarán al mercado de trabajo y provocarán algo de dolor a familias y empresas”. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Debemos comenzar remarcando una idea: no esperábamos unos precios tan altos. Sí, una vez visto todo el mundo es listo, y quizás la guerra de Ucrania nos hizo comprender que podía llegar lo tercero peor (en primer lugar, la pérdida de vidas humanas; en segundo lugar, las pérdida de recursos económicos esenciales) en forma de inflación. Sin embargo, no se esperaban estos niveles. España está en un 10.7%, por encima de la media de la eurozona, que se encuentra en un 8.9%. Las razones, además de la guerra, vendrían dadas por las políticas monetarias expansivas que han introducido una gran cantidad de dinero en el sistema. Tarde o temprano, eso se refleja en los precios. Hay otras causas: la gran cantidad de ahorro acumulada en la pandemia o la política china de Covid cero que ha ralentizado la velocidad de suministro. Además algunos mercados funcionan, implícitamente, como un cártel. ¿Cómo no recordar la velocidad con la que sube la gasolina cuando aumenta el precio del barril del petróleo y lo que le cuesta bajar cuando ocurre lo contrario?
Como siempre en economía, desconocemos el peso de cada uno de estos factores en la inflación actual, y se supone que los expertos (definir un “experto economista” no deja de ser un oxímoron) se dedican a realizar esta valoración. En definitiva, no hay duda: tenemos un problema. ¿Qué podemos hacer?
A nivel individual, se tiende a discriminar más los gastos, eliminando aquellos que nos parezcan estúpidos o caprichosos. También habrá problemas de conflictividad laboral: se corre el riesgo de entrar en una espiral continua de inflación (más precios, más salarios y así sucesivamente). A nivel gubernamental, se ha decidido penalizar a los bancos y a las empresas energéticas. Los famosos bonos de tren o los descuentos realizados en trayectos urbanos permiten aliviar el coste del transporte recurrente a la clase media. Otras opciones son deflactar el IRPF: ajustar impositivamente el tramo de renta para no perder adquisitivo por culpa de la inflación. Es pertinente controlar la competitividad de los mercados: además de pactar precios, podría ocurrir que algunas empresas almacenarían algún producto de interés para que así suba su precio y así aumentar su beneficio. Más urgente que vigilar con videocámaras los mataderos de animales es vigilar el correcto cumplimiento de las leyes de mercado.
¿Mucho trabajo? Sí. ¿Difícil? También. Todas las medidas tienen un coste. Unos agentes económicos ganan, otros pierden. En fin, eso es gobernar: decidir teniendo en cuenta las consecuencias de lo que se hace. Lo fácil sabemos hacerlo todos.
A nivel monetario, la intervención corresponde a los bancos centrales. En nuestro caso, al Banco Central Europeo (BCE). Lo más aplicado: los tipos altos. Eso encarece el acceso al crédito, con lo cual hay menos inversión y menos gasto. Eso supone, tarde o temprano, precios más bajos. Asunto resuelto. Antes de analizar las consecuencias de esta medida, pensemos en el mandato principal de los bancos centrales: proporcionar dinero al sistema económico y que dicho dinero conserve su valor. Si la inflación persiste nuestros ahorros irán al vertedero.
Con tipos altos, sale más caro pedir un préstamo para comprar un piso. En consecuencia, esperamos que los precios bajen. Bueno, sale más caro pedir cualquier préstamo, como los aplicados al consumo. Menos dinero para gastar. Precios más bajos. Con tipos altos, los ahorros tienen un mayor rendimiento. Parte del dinero que iría a bienes y servicios lo dejamos en un depósito, o compramos un bono del tesoro. Precios más bajos. Con tipos más altos, las hipotecas a tipo variable son más caras. En agosto del año 2000, el Euribor estaba en el 5.248%, en julio del 2008, en el 5.393%, en julio del 2011, en el 2.183%, en enero del 2021, en el -0.505%; en agosto del 2022, en el 1.483%; para el próximo año se espera una horquilla entre el 1.5% y el 2.2%. Las familias cuya referencia sea un tipo variable, deberán pagar más cada mes. Eso implica menos gasto en otras cosas. Precios más bajos.
Los indicadores económicos adelantados no son buenos. Los índices de confianza y producción en la construcción son negativos. La matriculación de vehículos de carga y automóviles disminuye. La disponibilidad de bienes de equipo, también. El comercio al por menor ya ha comenzado a decrecer. La prima de riesgo, es decir, el diferencial de interés respecto del bono de referencia alemán está en 120 puntos básicos.
¿Qué hacer?
Sólo hay un consenso: los tipos altos.
ULTIMA ACTUALIZACIÓN: 28/6/24